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martes, 14 de diciembre de 2010

MOTÍN A LOS FRANCESES, 1810-2010


MOTÍN A LOS FRANCESES

DOS SIGLOS 1810-2010

(LA GUERRA CHIQUITA en plenos carnavales)

El día 4 de Mayo de 1808 por un decreto imperial se le otorga la corona de España y de las Indias a José Bonaparte. El pueblo español respondió a este otorgamiento con una guerra sin cuartel. La batalla de Bailen el 19 de julio de 1808 que acabó con la victoria española sobre las tropas napoleónicas fue el comienzo de una lucha contra el invasor. En La Laguna se constituyó el 16 de julio de 1.808, una junta gubernativa debido a la guerra Hispano-Francesa, quedando bajo la presidencia del Marques de Villanueva del Prado, D. Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo. En dicha junta, entre otras cosas, se acordó una contribución extraordinaria a los viñedos para atender a los gastos de defensa de las islas. Pasado algunos meses en la Villa de La Orotava instigados por algunos ricos propietarios de tierras, se amotinaron los agricultores pidiendo bajo amenazas la supresión de este impuesto establecido por la junta.

Unos días mas tarde, concretamente el 3 de marzo de 1810 y en la ermita de San Roque de esta villa, se llevó a cabo la creación de una junta popular por un fraile del farrobo a instancia del Sindico Personero D. Pedro Benítez de Lugo y secundada por el alcalde mayor de la Villa, el licenciado D. José Díaz Bermudo. Éste, temiendo mayores males, reunió a propietarios de viñedos y agricultores, entre cuyos individuos había muchos amigos de los amotinados, y después de grandes discusiones por ambas partes, se aceptó la supresión del impuesto que reclamaba el pueblo. Esta victoria la encontró tan fácil la multitud que estaban dispuestos a hacer un uso más amplio de la misma.

Se dijo que en el vecino pueblo del Puerto de la Cruz y entre sus principales comerciantes, existía un partido que trabajaba secretamente en favor del rey intruso José Bonaparte, de cuyo partido era agente un pobre francés llamado monsieur Pierre, que vivía en La Orotava, en la casa de D. Lorenzo Machado. Se ganaba la vida dando clases de baile y canto a domicilio entre las familias pudientes, por lo que, al no encontrarlo en su domicilio y enterarse que estaba en el Puerto de la Cruz dispuesto a embarcar para los Estados Unidos llevando ciertas encomiendas, la multitud cayó armada sobre el Puerto de la Cruz, capitaneada por Nicolás del Rosario (El Carnicero) que, con una bandera española en las manos, iba vitoreando a Fernando VII con el propósito de vengarse del supuesto agente. Sucedía esto el cuatro de marzo de 1.810 y temiendo las personas sensatas, al ver la actitud del populacho, que pudiera suceder alguna desgracia, se ofrecieron a llevar sus peticiones a las autoridades siempre que la muchedumbre se retirase a sus casas y dejasen en libertad al francés, cuyo baúl no contenía ningún pliego sospechoso.

Pero al día siguiente, cinco de marzo, no hallando el pueblo quien se opusiera a su voluntad, volvió a bajar al Puerto de la Cruz, y unidos a otros amotinados del Puerto, sin que les detuviesen consejos ni amenazas, saquearon algunas tiendas y, con vivas al parlamento, abajo y mueran los nobles, tomaron a un empleado de la casa de comercio de Cologan, el escribiente llamado José Bressan, cuyo único delito era ser francés. Al llevarlo a la cárcel, y pasar, dicen, por delante de la puerta de la parroquia, otros afirman que, al haberse notado en la pared señales de sangre junto a la esquina sur de la casa de Dña. Gregoria Guirola, que da hacia la trasera de la parroquia, calle de Santo Domingo, un andaluz llamado Francisco Rubín (El Curro) abriéndose paso entre la muchedumbre, le asestó una puñalada en el corazón que le dejó muerto en el acto.

Este infame asesinato, en vez de calmar a la multitud, le fundió nuevas energías, y lanzándose sobre la casa de otro hombre de la misma nacionalidad que vivía en la Plaza de la Iglesia, haciendo esquina a la Calle de la Independencia, (hoy casa parroquial) llamado Luis Beltrán Broual, maestro de primeras letras, latín y música, quisieron apoderarse de su persona acusándole de espía, pero avisado a tiempo por algunos amigos pudo refugiarse en la batería de Santa Bárbara, bajo las ordenes del coronel y Gobernador de Armas del Puerto de la Cruz D. José Antonio de Medrada y Caraveo León y Rojas Tello, que prometió defenderle como era su deber. La multitud, más brava e insolente conforme iba pasando el tiempo, rodeó la fortaleza pidiendo a gritos la entrega del fugitivo bajo amenazas de asaltar a la misma fortaleza y degollar a su guarnición. El coronel, creyendo que iba a ser juzgado como adicto al rey intruso, entró en negociaciones con los asesinos, ofreciendo la entrega del francés si se le conducía sin problemas a la cárcel.

Así se le ofreció, mientras en las mismas puertas de la fortaleza la muchedumbre se arrojaba sobre aquella presa y le dieron un golpe en la cabeza, cuando, puesto de rodillas, imploraba misericordia dirigiéndose a gatas algunos pasos hacia la casa de Cullen, frente al Fortín de Santa Bárbara. Pero como no cesaba el apaleo, volvió hacia el fortín, donde expiró. Los dos mutilados cadáveres fueron arrastrados por las calles de la población, colgando uno de ellos boca abajo, con parte de la ropa ya fuera, en los andamios de la popa de un barco que se estaba construyendo en la Plaza del Charco.

A los dos destrozados franceses los llevaron por la calle de San Felipe dejando uno en la chercha (cementerio inglés) y otro en el llano contiguo, sobre la playa. El Personero Sindico D. Bernardo Cologan Fallon, dio muestras de generosidad, dando dinero de su costa a Antonio Domingo Gutiérrez y Mateo Hernández Rojas (el manitas), antiguos alumnos, para que les enterrasen envueltos en sábanas, sin ceremonia alguna, en los eriales salpicados de cardones y tabaibas en los alrededores del castillo de San Felipe.

Todavía pudo haberse cometido un número mayor de crímenes, si el Alcalde Real, Capitán D. Rafael Pereira, y el Párroco D. Agustín Navarro no hubiesen conseguido aplacar a la muchedumbre e impedir que fuese asaltado él depósito de los prisioneros franceses recién instalados en el Puerto de la Cruz.

La tarde del día ocho, el Alcalde Real se reunió con algunos vecinos en su casa, situada en la Plaza del Charco. Avergonzados de presenciar aquellas horribles escenas, se armaron en secreto, y numerados en doce escuadras de nueve a diez hombres cada una, poniendo en peligro sus vidas atacando de improviso al populacho, lograron dispersarles y apresando a 51 personas, incluidos los principales cabecillas.

Pocas horas después, llegaron desde Santa Cruz de Tenerife, ochenta soldados que mandó el Comandante General D. Carlos Lujan, a las ordenes del Mariscal de Campo D. José F. Arteaga, quien condujo maniatados a los presos para aquella plaza, depositándolos en el Castillo de Paso Alto, donde murieron muchos en prisión al declararse la epidemia de fiebre amarilla a finales del mismo año. La Real Audiencia condena a varios de ellos a castigos, de cinco, ocho y diez años en los servicios del ejército y marina, por decreto del 12 de junio de 1.812, cuando muchos de los reos no existían, y otros estaban sueltos.

El Alcalde y un grupo de portuenses impidieron que el liberal carácter de toda la vida de este Puerto de la Cruz no quedara frustrado, al haber tenido el valor de cortar uno de los sucesos que hubieran podido teñir de sangre y horas muy amargas a este pueblo. A estos hechos se les llamó la guerra chiquita.

                               Bernardo Cabo Ramón

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